El alcohol nunca pasa desapercibido en el cuerpo. Desde el primer sorbo, empieza a recorrer el organismo como un viajero que abre puertas sin pedir permiso: llega veloz al cerebro, altera la química de las neuronas, irrita el estómago, exige al hígado un esfuerzo extra, debilita las defensas y, con el tiempo, favorece la aparición de diversas enfermedades. ¿Cuánto daño puede provocar una sustancia tan presente en la vida social y cultural? ¿Qué efectos inmediatos desencadena en cada órgano? ¿Y cuáles son las consecuencias que, gota tras gota, se acumulan con los años? Para conocer el detalle de cómo actúa esta sustancia en cada rincón del cuerpo y despejar dudas, dialogamos con Evelyn Álvarez, licenciada en Nutrición del Servicio de Nutrición del Hospital Universitario Austral, quien explica con claridad científica por qué no existe un nivel de consumo que pueda considerarse seguro.
Con la primera copa, ¿qué sucede en el organismo?
– Químicamente, el alcohol es etanol: una molécula muy pequeña y soluble que los tejidos absorben con facilidad. Esa misma propiedad le permite atravesar sin dificultad todas las membranas de nuestras células, incluso la barrera hematoencefálica que normalmente protege al cerebro. El problema no es solo el etanol en sí, sino también su primer producto de degradación en el hígado: el acetaldehído, una sustancia tóxica y cancerígena.
¿Cuánto tarda en llegar al cerebro y qué provoca allí?
– En unos diez minutos el alcohol ya puede llegar al cerebro, aunque la concentración máxima en cerebro y sangre suele alcanzarse más tarde. Una vez allí, actúa como depresor del sistema nervioso central; es decir, enlentece la comunicación entre las neuronas. Por eso aparecen la desinhibición social, la euforia leve, la disminución de reflejos, la dificultad para concentrarse o pensar con claridad. A medida que aumenta la ingesta, también surgen alteraciones de coordinación y equilibrio, que explican la inestabilidad típica de la embriaguez.
¿Qué otros efectos tiene en términos de percepción, reflejos y autocontrol?
– Al afectar la comunicación entre las neuronas, como mencionaba antes, el alcohol interfiere en los circuitos cerebrales que regulan el movimiento, la memoria y el autocontrol. Esto se traduce en visión borrosa, menor capacidad de atención, reflejos más lentos, alteración del equilibrio y conductas impulsivas. En dosis más altas puede incluso causar confusión, pérdida de memoria y, en situaciones extremas, coma etílico. En caso de consumo crónico y severo, el alcohol puede provocar cambios en las emociones, en la percepción, en el aprendizaje y en la memoria de las personas.

¿De qué manera afecta al aparato digestivo, en particular al hígado, cuando debe metabolizarlo?
– En el estómago, el alcohol puede irritar la mucosa y favorecer el desarrollo de gastritis. El hígado es el gran protagonista: allí se metaboliza casi todo el alcohol ingerido. Las enzimas hepáticas lo convierten en acetaldehído, luego en acetato y finalmente en energía o lo eliminan. Debemos tener en cuenta que estas enzimas se saturan ante concentraciones de alcohol muy elevadas, acumulándose el mismo en sangre.
El alcohol, ¿hace mella también en el corazón y la presión arterial?
– Está asociado con el aumento de la presión arterial y, en consecuencia, un mayor riesgo de hipertensión, sobre todo en casos de consumo crónico. Asimismo, está ligado a un mayor riesgo de arritmias y enfermedades cardiovasculares.
En cuanto al sistema inmune, ¿incide el consumo en bajas cantidades?
– Sí, incluso ingestas bajas de alcohol pueden modificar el funcionamiento del sistema inmune. Se ha visto que alteran la actividad de los glóbulos blancos y las señales de inflamación, lo que puede hacer que el organismo responda con menos eficacia frente a infecciones. Estos efectos se hacen más evidentes a medida que el consumo aumenta y se prolonga en el tiempo.
¿Cuáles son las principales enfermedades asociadas al consumo sostenido de alcohol?
– En primer lugar, aumenta el riesgo de enfermedades del hígado (como esteatosis hepática, hepatitis y cirrosis), enfermedades cardiovasculares (incluida la hipertensión y las arritmias) y distintos tipos de cáncer (en especial de boca, esófago, hígado, mama y colon). También se relaciona con trastornos digestivos y alteraciones neurológicas como deterioro cognitivo y neuropatías. Además, puede contribuir al desarrollo de depresión y otros problemas de salud mental.
¿Por qué el alcohol no afecta igual a hombres y mujeres? ¿Y por qué dos personas que beben lo mismo reaccionan distinto?
– Se comporta de manera distinta según cada persona. En las mujeres, los efectos suelen ser más intensos porque, en promedio, tenemos menor actividad de la enzima que lo degrada, lo que aumenta su concentración en sangre. Además, factores como el peso, la edad, la genética, la alimentación y el uso de medicamentos hacen que dos personas que consumen la misma cantidad puedan reaccionar de manera muy diferente.

¿Qué efectos menos conocidos tiene el consumo de alcohol?
– Hay varios que no siempre se tienen presentes. Por ejemplo, aunque al principio induce somnolencia, en realidad disminuye la calidad del sueño profundo y puede provocar despertares frecuentes. También altera la microbiota intestinal —las bacterias que habitan normalmente en el intestino—, lo que puede generar más daño en el hígado y el cerebro. A largo plazo debilita los huesos y aumenta el riesgo de fracturas, y además dificulta la absorción de nutrientes importantes como la vitamina B1, el ácido fólico y el magnesio.
¿Por qué beber con el estómago vacío acelera y potencia sus efectos?
– Porque el alcohol pasa más rápido al intestino delgado, donde la absorción es mucho mayor. Esto acelera su llegada a la sangre y potencia los efectos. Por eso, beber sin haber comido suele provocar una embriaguez más rápida e intensa.
¿Qué hay de cierto en la idea de que “una copa de vino es saludable”?
– Esa idea se popularizó a partir de algunos estudios antiguos, pero la evidencia más reciente muestra que cualquier beneficio potencial del vino (como los antioxidantes) no justifica el riesgo asociado al alcohol. Hoy los organismos internacionales de salud son claros: no existe un nivel de consumo seguro.
¿Es lo mismo beber vino, cerveza, destilados…?
– La sustancia nociva es siempre el etanol. Lo que cambia entre bebidas es la concentración de alcohol: vino, cerveza o destilados contienen porcentajes diferentes, pero en la práctica se considera que una copa de vino, una lata de cerveza o una medida de destilado aportan aproximadamente la misma cantidad de alcohol, y por eso sus efectos son comparables.

Entonces, ¿no existe un nivel seguro de consumo?
– No. La evidencia actual indica que cuanto menos alcohol, mejor. Incluso cantidades bajas están ligadas a un aumento pequeño pero real del riesgo de cáncer, patologías cardiovasculares y daño hepático a largo plazo. Algunos efectos, como el riesgo de ciertos tipos de cáncer, ocurren aun con consumos considerados “moderados”. Por esa razón, desde la salud pública, la recomendación más segura es limitar o evitar el alcohol.
¿Qué señales pueden alertar que el alcohol ya está afectando la salud?
– Algunas son: dificultad para recordar lo que pasó al beber, necesitar más cantidad para sentir los mismos efectos, cambios en el estado de ánimo, problemas digestivos frecuentes, hipertensión y alteraciones en los análisis de laboratorio.
¿Qué le diría a alguien que piensa que “solo un poco” no tiene impacto?
– Que cada copa cuenta. El impacto puede ser pequeño e invisible al principio, pero el riesgo se acumula con el tiempo. Además, “un poco” para una persona puede no ser lo mismo para otra, por lo que hablábamos antes.
¿Qué recomendaciones concretas daría para reducir o evitar la ingesta en la vida cotidiana?
– Lo más importante es no usar el alcohol como forma de relajación y encontrar alternativas como el ejercicio, la música o actividades sociales. Si se elige beber, conviene hacerlo de manera ocasional y en cantidades pequeñas. Debe evitarse siempre durante el embarazo y la adolescencia, al conducir o al tomar ciertos medicamentos. También ayuda favorecer espacios sociales donde el alcohol no sea el centro de la reunión. Y, en definitiva, recordar que el cuerpo y la salud siempre se benefician más de no beber.
