Una camilla, un quirófano, voces que se alejan y, de pronto, nada. Para muchos pacientes, la anestesia empieza y termina ahí: en el momento en que “los duermen” y vuelven a despertarse. Sin embargo, lo que ocurre en ese intervalo -y todo lo que lo rodea- es mucho más complejo. “La anestesia es un estado inducido por medicamentos que bloquea temporalmente el dolor y otras sensaciones. Puede generar relajación muscular, pérdida de conciencia, que el paciente no recuerde lo ocurrido durante el procedimiento, dependiendo del tipo que se utilice”, explica el doctor Matías Folcini, jefe del Servicio de Anestesia del Hospital Universitario Austral. Lejos de limitarse a “dormir y despertar” a la persona, su especialidad participa de todo el proceso quirúrgico: desde la planificación hasta el alta, pasando por el monitoreo constante y el control del dolor postoperatorio.
No siempre fue de este modo. La anestesia moderna nació en 1846, cuando un dentista estadounidense usó éter etílico durante una cirugía. Hasta entonces, los procedimientos se hacían a puro coraje, con hielo, alcohol, hipnosis o sujeciones físicas. “Ese momento, que ocurrió en el Massachusetts General Hospital, marcó un antes y un después en la historia de la medicina”, cuenta el doctor Folcini sobre este hallazgo que permitió llevar adelante cirugías más largas, complejas y, sobre todo, mucho menos traumáticas. Poco después se sumaron sustancias como el cloroformo y el óxido nitroso, aunque su uso todavía era riesgoso y difícil de dosificar.

Con el paso de las décadas, la anestesiología se transformó en una disciplina de alta precisión. “Hubo cinco grandes hitos que fueron clave para llegar a este nivel de seguridad y previsibilidad”, aclara el especialista. El primero fue la aparición de agentes anestésicos modernos, como el propofol y el sevoflurano, más estables y de baja toxicidad. El segundo, la incorporación de relajantes musculares derivados del curare, que facilitaron la ventilación mecánica y expandieron el alcance de las cirugías. El tercero, el monitoreo en tiempo real de todos los parámetros vitales, incluida la actividad cerebral. El cuarto, el uso del ecógrafo como guía para bloquear nervios o acceder a vasos profundos con mayor precisión. Y el quinto, la estandarización de las prácticas mediante protocolos clínicos y listas de chequeo.
Hoy, las tasas de complicaciones graves son bajísimas y la anestesia se adapta a las características de cada paciente. Hay cuatro tipos principales: la local (que actúa en una zona puntual), la regional (que bloquea grupos nerviosos o áreas del cuerpo), la sedación (que baja el nivel de conciencia sin anular la respiración espontánea) y la general (que provoca un estado de inconsciencia total y requiere asistencia respiratoria). Muchas veces se combinan para lograr un efecto más completo. “En una cirugía de rodilla, por ejemplo, usamos anestesia regional desde la cintura hacia abajo y también sedación para que el paciente esté tranquilo”, cuenta el experto.
Para decidir cuál es la mejor opción, el anestesiólogo evalúa múltiples factores: la cirugía que se va a realizar, el estado clínico del paciente, sus antecedentes, la medicación habitual, alergias, intervenciones previas, nivel de ansiedad y sus temores. “Siempre buscamos la alternativa más segura y adecuada -subraya-. Incluso les explicamos qué vamos a hacer antes de que se duerman, cómo va a ser ese momento y qué pasará al despertar. Eso ayuda muchísimo a bajar la ansiedad.
También es clave que el paciente llegue bien preparado. Un punto importante, por caso, es respetar los tiempos de ayuno indicados: “Si realizamos una sedación o una anestesia general y el paciente vomita, el contenido gástrico puede pasar a los pulmones y generar complicaciones serias”, explica el doctor Folcini. Por eso se pide un ayuno para alimentos sólidos de 8 horas. En el caso de los líquidos, se incentiva a que los pacientes tomen agua, mate, té o café sin leche, o bebidas isotónicas, hasta 2 horas antes del procedimiento.
Durante la intervención, por cierto, el equipo anestésico no se mueve del lado del paciente. En todos los casos, incluso en procedimientos menores, se controla la frecuencia cardíaca, la saturación de oxígeno, la presión arterial (medida automáticamente cada cinco minutos), el ritmo cardíaco, la amplitud del pulso y la temperatura del cuerpo -para evitar que el paciente tenga hipotermia-. Cuando se realiza una anestesia general, también se monitorean los parámetros ventilatorios (frecuencia respiratoria, volumen de oxígeno administrado, dióxido de carbono exhalado) y la profundidad anestésica, evaluando la actividad cerebral mediante sensores colocados en la frente. En cirugías complejas, suelen sumarse dispositivos más avanzados, como catéteres arteriales para medir la presión de forma continua o herramientas para evaluar el estado circulatorio en detalle.
Cuando la operación termina, el trabajo tampoco se detiene. El anestesiólogo define el plan analgésico más adecuado, controla que la recuperación sea progresiva y segura, y acompaña el despertar. A veces, ese momento incluye escalofríos (por la baja temperatura del quirófano), confusión o incluso llanto. “Si vemos que el paciente está angustiado, nos quedamos a su lado y le explicamos que todo salió bien. También facilitamos que vea a algún familiar. Esa contención es parte de nuestro rol”.
De hecho, el doctor Folcini menciona que el abordaje emocional se contempla en todo momento, a sabiendas de que “la indicación de una cirugía suele ser un momento de nervios y miedo. Por eso, el Servicio de Salud Mental del hospital cuenta con un taller de psicoprofilaxis quirúrgica, donde el paciente puede expresar sus dudas y temores, y especialistas le brindan información y herramientas personalizadas, adaptadas a su edad y al tipo de cirugía, para que pueda afrontar la cirugía de la mejor manera posible”.

– Extraordinariamente segura. Las tasas de mortalidad asociadas exclusivamente a la anestesia se han reducido drásticamente: en los años 40 era de aproximadamente 1 en 1.000 casos, y actualmente es menor a 1 en 200.000. Este salto en seguridad se debe a múltiples factores: nuevos fármacos de acción rápida y predecible, monitoreo continuo, ecografía para guiar los procedimientos, y prácticas estandarizadas que siguen la mejor evidencia disponible.
– La anestesia, como todo acto médico, no está exenta de complicaciones. Pero no se trata de una “falla” en sí, sino de que alguno de los efectos buscados no se produce como se esperaba. Si, por ejemplo, la intención era anestesiar solo un brazo y el paciente siente alguna molestia, se puede reforzar con más anestesia local o administrar anestésicos por vía intravenosa.
Si se hace una anestesia regional con sedación, puede pasar que el paciente escuche algo sin que eso sea una complicación. En cambio, el despertar intraoperatorio durante una anestesia general sí es considerado una complicación, aunque es muy poco frecuente: ocurre en solo el 0,1 al 0,2 % de los casos, generalmente cuando hubo señales que pasaron inadvertidas.

– Cada persona responde de forma distinta. La mayoría de las veces, el despertar es placentero. Con las técnicas actuales, es inhabitual que aparezcan náuseas o vómitos, pero si ocurre, contamos con medicación muy efectiva. Incluso, si el paciente nos cuenta que le pasó en cirugías anteriores, administramos esos fármacos de forma preventiva. Los escalofríos suelen estar relacionados con la baja temperatura del quirófano. Para prevenirlos, usamos caloventores que se conectan a mantas especiales que cubren al paciente durante la cirugía.
También puede pasar que alguien se despierte angustiado o llorando, sobre todo si llegó muy ansioso. Lo importante ahí es acompañarlo, explicarle que todo salió bien y ayudarlo a calmarse.
– Es un poco un mito. La mayoría está profundamente sedada. Lo que sí puede pasar es que, al despertar, digan cosas sin mucho sentido. Algunos se sorprenden de que ya haya terminado la cirugía; otros hacen comentarios graciosos, o bien, un poco comprometidos… pero no hay que preocuparse: lo que se dice en quirófano, queda en quirófano.
– Depende del tipo utilizado, la dosis, el fármaco y las características del paciente. Gracias a los medicamentos actuales, entre 20 y 30 minutos después de despertar, la mayoría de las personas ya están lúcidas. Pero la eliminación completa puede demorar algunas horas más. Por eso recomendamos no conducir ni manejar maquinaria hasta el día siguiente.
– Es fundamental saberlo de antemano. En pacientes diabéticos, por ejemplo, se evita la dextrosa y se controlan los niveles de glucosa. En asmáticos, se usan broncodilatadores si es necesario. En hipertensos, se trabaja para mantener la presión dentro de valores normales.

– No, realmente. Un paciente puede estar anestesiado 10 o 15 horas sin que eso implique daño. Lo fundamental es mantener estables los signos vitales durante todo el procedimiento.
– Una vez dado de alta, es muy raro que aparezcan complicaciones relacionadas con la anestesia. Sin embargo, recomendamos consultar si, por ejemplo, hay picazón molesta en un ojo, que podría indicar que no quedó bien cerrado durante la cirugía; o bien, cefalea que no cede con analgésicos comunes. También en el caso de que permanezca la sensación de hormigueo en algún miembro por más de 24 horas, que podría estar relacionado a la anestesia regional.
– Se están incorporando nuevas herramientas que marcan un cambio de paradigma. En algunos centros ya se utiliza inteligencia artificial para el monitoreo predictivo, que permite anticipar eventos como una baja de presión antes de que sucedan. También existen sistemas automáticos que ajustan la administración de fármacos y los parámetros ventilatorios en tiempo real, en función de los datos del paciente. En ese escenario, el anestesiólogo supervisa todo el proceso, incluso si no ejecuta cada paso directamente. También avanza la farmacogenética, que permite identificar variantes genéticas que afectan la respuesta a ciertos fármacos anestésicos. Esto abre la puerta a una anestesia verdaderamente personalizada.
– Uno muy frecuente es pensar que la anestesia local siempre es mejor. Y no es así. En algunos casos, como una cirugía plástica extensa, usar solo anestesia local obligaría a aplicar un volumen alto de medicación, lo cual puede aumentar el riesgo de toxicidad. En esos casos, una anestesia general es más segura. También hay quienes creen que los anestesiólogos “duermen” al paciente, se van y vuelven para despertarlo. Cuando en realidad, estamos presentes todo el tiempo, monitoreando cada parámetro, ajustando las dosis y acompañando de principio a fin.
Que somos médicos altamente entrenados, no solo para administrar anestesia, sino para anticipar, prevenir y actuar rápidamente ante cualquier complicación. Que planificamos cada caso en detalle y que nuestro objetivo es que cada paciente atraviese su cirugía con seguridad, sin dolor, y con una experiencia mucho mejor de la que imaginaba.