La escritura a mano, ¿en retirada? Todo indica que sí en esta era digital, dominada por teclados y pantallas táctiles. De hecho, una investigación de la Universidad de Stavanger, en Noruega, advierte que cerca del 40 % de los jóvenes de la Generación Z -es decir, nacidos aproximadamente entre 1997 y 2012- tienen dificultades para comunicarse eficazmente mediante la escritura manuscrita. Según los investigadores, esta tendencia podría comprometer no solo la expresión escrita, sino también funciones cognitivas vinculadas al aprendizaje y la memoria.
Por otra parte, una encuesta reciente del National Literacy Trust, en el Reino Unido, reveló que más de un tercio de los niños británicos rara vez o nunca escriben a mano en su tiempo libre, y apenas el 28 % declara disfrutar de esta práctica. Esta “crisis silenciosa”, como la denominan algunos especialistas, ya despierta preocupación entre educadores y neurocientíficos por sus posibles efectos a largo plazo.
Como bien es sabido, la posibilidad de acceder a cualquier dato en segundos -una dirección, una fecha, una definición- ha transformado nuestra manera de pensar, aprender y recordar. Este fenómeno, conocido como “efecto Google” o “amnesia digital”, no es solo una metáfora. “Se refiere a la pérdida de capacidad de memoria que nos genera el uso de herramientas digitales, al emplear una memoria externa -información en internet- en lugar de nuestra memoria interna, aquella que se aprende, se asocia y se consolida”, explica la doctora Carolina Lomlomdjian, neuróloga especialista en lenguaje y cognición del Hospital Universitario Austral.
La experta advierte que si bien estas herramientas pueden ser complementarias, su uso excesivo genera un desplazamiento: en vez de retener la información, muchas veces simplemente se accede a ella cuando se necesita, sin procesarla ni integrarla. El problema no es la tecnología en sí, sino la falta de un uso crítico. “La información obtenida tras una búsqueda debe ser analizada, verificada, aprendida y conectada con conocimientos previos. De lo contrario, queda afuera de nuestro circuito de memoria”.
El impacto va más allá de la capacidad de recordar: influye en la autonomía, la orientación espacial y hasta en la identidad. Un ejemplo ilustrativo es la dependencia del GPS. “Deberíamos poder mirar un mapa, interpretarlo, trazarnos un recorrido mental, y recién entonces usar la guía digital. Si solo seguimos instrucciones paso a paso, no aprendemos realmente cómo llegar a un lugar”.
La especialista insiste en que recuperar el equilibrio entre memoria interna y recursos digitales es clave.
Aunque en muchos contextos ha sido reemplazada por la escritura digital, la escritura manual sigue siendo una aliada poderosa del cerebro. “Estudios científicos recientes de neuroimágenes funcionales han demostrado que escribir a mano activa más áreas cerebrales que tipear”, indica la doctora Lomlomdjian. La razón es que, además del procesamiento lingüístico que comparten ambas modalidades, escribir con la mano involucra habilidades motoras finas, sensoperceptivas y visuoespaciales.
También exige mayor esfuerzo cognitivo: “La falta de autocorrección ortográfica, sintáctica y de formato demanda recursos de memoria y habilidades ejecutivas como la organización, el control y la supervisión”. En otras palabras, escribir a mano es una actividad que estimula al cerebro en varios frentes al mismo tiempo.
Por otra parte, si bien la lectura es beneficiosa en cualquier formato, la lectura en papel puede tener ciertos beneficios específicos, sobre todo en la etapa escolar. “Facilita el seguimiento visual y el rastreo espacial del texto, permite manipularlo y apropiarse de él”, cuenta la profesional. Esto favorece la comprensión profunda, la retención de información y el análisis. Además, ayuda a sostener la atención sin el bombardeo de estímulos visuales y sonoros que ofrecen las pantallas.
En adultos, mientras tanto, la lectura en papel puede resultar especialmente beneficiosa frente a la sobrecarga de información y la ansiedad que muchas veces genera el entorno digital. “El consumo creciente de tiempo en pantalla y su demanda atencional atentan contra el hábito de lectura, que requiere tiempo, calma y concentración”, afirma la experta.
En consultorio, cada vez se registran más consultas por olvidos, incluso en adultos jóvenes. “En muchos casos, se relacionan con fallas atencionales y ejecutivas que impactan en la memoria en forma secundaria”, relata la doctora Lomlomdjian. El estrés, los trastornos del ánimo y la falta de sueño suelen estar entre las causas más frecuentes, aunque también pueden intervenir factores médicos específicos.
¿Cuándo conviene consultar? “Cuando uno mismo o el entorno nota cambios en el desempeño cognitivo”, dice la especialista. Y enumera algunas señales de alerta: falta de concentración, dificultad para organizarse, problemas para aprender o recordar información reciente, olvidos de conversaciones, nombres o lugares, y desorientación en la calle.
La buena noticia es que existen muchos hábitos simples que pueden ayudar a entrenar la memoria y fortalecer las funciones cognitivas. Entre ellos, la neuróloga destaca: dormir bien, llevar una vida social activa, practicar actividad física, aprender cosas nuevas, relatar lo aprendido, desarrollar la creatividad, cuidar el bienestar emocional y, por supuesto, leer y escribir con regularidad.
Algunas actividades concretas recomendadas incluyen repasar mentalmente las tareas del día siguiente, releer o comentar con otros lo que se aprendió, hacer cuentas sin calculadora, jugar juegos de mesa o videojuegos que estimulen la atención, llevar una agenda mental aunque también se escriba, y recorrer mentalmente lugares o conversaciones. También se destacan las actividades artísticas como la música, la danza o el dibujo, que combinan estimulación cognitiva y emocional.
“Cuanto más activos estemos intelectual, social y físicamente, más conexiones neuronales desarrollaremos, y mayor será nuestra reserva cognitiva”, concluye. En tiempos de hiperconexión, recuperar estos hábitos excede el gesto nostálgico: es una estrategia para cuidar la salud mental y preservar la autonomía.