Un bultito en el pecho. Así, casi por casualidad, comenzó la historia de Marcela Scharf con el cáncer de mama. Se lo descubrió en la ducha, una mañana de junio del año pasado. No tenía antecedentes familiares ni signos previos de alerta. Sin embargo, cuando su ginecólogo la vio, le confirmó que había que hacer estudios urgentes. Así comenzó una sucesión vertiginosa de días hasta recibir el resultado: un BIRADS 5 que indicaba alta sospecha de malignidad. Pidió recomendaciones, y una amiga le pasó el contacto de la doctora Julia Barber, médica del Centro Mamario del Hospital Universitario Austral. Sin pensarlo demasiado, Marcela le escribió un mensaje. La respuesta no tardó en llegar: “Vení mañana”.
A partir de ese momento, y una vez confirmado el diagnóstico vía biopsia, empezó un tratamiento integral que la llevó por el quirófano, la quimioterapia y la radioterapia. Pasó por todo, pero sin perder la vitalidad y el optimismo. La rapidez con la que todo sucedió fue un alivio para ella. “Lo que más me inquietaba era la burocracia, las demoras, el tiempo que podía pasar entre una consulta y otra”, recuerda. Pero en su caso, todo fluyó con una agilidad inesperada. En apenas una semana, había sido evaluada por especialistas y tenía el plan de acción en marcha.
Marcela es bioquímica y, junto a su marido, dirige el laboratorio Salgado-Scharf en Don Torcuato, donde también trabajan sus tres hijos. Su hija es bióloga y se especializa en bacteriología, su hijo menor es bioquímico y el del medio, que originalmente se dedicaba al periodismo deportivo, se ocupa de las tareas administrativas. “Somos una familia que trabaja en equipo, cada uno tiene su rol y eso nos permite estar siempre presentes”, cuenta Marcela.
Durante el tratamiento, no pudo estar en el laboratorio, pero nunca dejó de trabajar: validaba resultados a distancia y mantenía contacto diario con su equipo. “Eso me mantuvo activa y enfocada”, rememora. La rutina, lejos de ser un peso, fue su refugio.
La doctora Julia Barber, que estuvo a cargo de su cirugía y seguimiento, destaca la importancia del enfoque interdisciplinario: “Todas las pacientes que vemos en el Centro Mamario pasan por un comité donde analizamos cada caso con oncólogos, radiólogos, patólogos y cirujanos. Esto nos permite tomar decisiones precisas y personalizadas”, explica la profesional, especialista en Mastología y Cirugía Mamaria. El doctor Amorín refuerza esta idea, indicando cómo “el trabajo en equipo, la rapidez en la toma de decisiones y el enfoque personalizado del tratamiento pueden marcar una gran diferencia en la experiencia de una paciente con cáncer de mama”.
El primer gran paso para Marcela fue la cirugía, en la que le extirparon el tumor con márgenes limpios y sin afectación en los ganglios. Luego llegó la quimioterapia, una instancia que suele generar temor, pero que Scharf atravesó con fortaleza. “Me di cuenta de que todo lo que imaginaba sobre la quimio era mucho peor de lo que realmente fue”, revela. “Me afectó un poco el apetito durante algunos días, pero nunca tuve náuseas ni me sentí débil, agotada. Seguí trabajando, caminando por la playa, haciendo gimnasia en casa”.
Sobre este punto, la doctora Barber aclara que cada caso es distinto y que los tratamientos han avanzado enormemente. “La mayoría de la gente conoce la quimioterapia por lo que ve en las películas, donde se muestra la peor parte. Pero hoy en día contamos con medicación de sostén que ayuda a reducir los efectos adversos. Además, los oncólogos pueden ajustar las dosis y elegir drogas que sean eficaces, pero con menos toxicidad”, detalla. En efecto, según el doctor Amorín, “durante la quimioterapia utilizamos terapias de soporte para minimizar los efectos secundarios, lo que le permitió a Marcela mantener su rutina y seguir trabajando a distancia”.
Si bien Marcela sabía que la caída del cabello era un efecto posible de la quimioterapia, gracias a una terapia con cascos fríos logró conservarlo casi intacto. “Se me afinó un poco, pero nunca llegué a perderlo por completo”, dice quien ya lo llevaba al estilo garçon pero decidió cortárselo aún más. “Un cambio de look, no así una consecuencia del tratamiento”, aclara por si las mosquitas.
Al respecto, la doctora Barber explica cómo funcionan los cascos fríos: “La quimioterapia ataca principalmente a las células que se dividen rápidamente, como las cancerosas. Sin embargo, también afecta otras células de renovación veloz, como las del folículo piloso, lo que provoca la caída del cabello. Los cascos fríos funcionan enfriando el cuero cabelludo, lo que contrae los vasos sanguíneos en la zona y reduce la cantidad de drogas que llega a los folículos pilosos. Esto ayuda a minimizar la pérdida de cabello. Si bien no la evita por completo, muchas pacientes que utilizan este método logran conservar hasta el 70 % de su pelo y, en muchos casos, evitar el uso de pelucas”.
Después de la quimioterapia, llegaron las sesiones de radioterapia.
Hoy, lo peor quedó atrás. A los 65 años, Marcela Scharf terminó los tratamientos y ahora comienza la etapa de la medicación (Anastrozol) y los chequeos, controlada regularmente por la doctora Barber y el doctor Ricardo Amorín, su oncólogo, del staff del hospital. Mientras, planea su próximo viaje: en un par de meses recorrerá Noruega y Suecia con su marido. “Una nunca sabe qué puede pasar, pero mientras tanto, sigo adelante. Y si alguna vez hay que volver a empezar, volveremos a empezar”.
La Dra. Barber enfatiza la importancia de los controles periódicos: “No hay una fórmula mágica para evitar el cáncer de mama, pero lo que sí podemos hacer es detectarlo en estadios precoces, cuando las chances de curación son altísimas. Por eso, la mamografía anual es fundamental”. “La prevención y el diagnóstico temprano son nuestras mejores armas”, concuerda el doctor Amorín, que asimismo insiste en “la importancia de realizarse mamografías anuales a partir de los 40, o antes, si hay antecedentes familiares”.
El cáncer no cambió a Marcela: siempre mantuvo su actitud positiva. Lo que sí le dejó es una reafirmación de lo que siempre pensó: la vida es hoy. “Mientras me hacían la punción, pensaba: ‘Qué suerte que esto me tocó a mí y no a mis hijos o a mi marido’. Porque yo podía con esto. Y podía seguir viviendo mi vida”. Y eso es lo que hace: seguir viviendo. Con la misma energía de siempre, con la certeza de que cada día es una oportunidad. Con la seguridad de que, pase lo que pase, su lema seguirá siendo el mismo: “Gran cosa”, como decía su abuelo, a sabiendas de que nada lo podía derribar.