“Definimos el calambre como una contracción muscular involuntaria, de aparición brusca, que puede sorprender tanto en reposo como en plena actividad física, obligando a interrumpirla. Una manera eficaz de tratarlo es a través del estiramiento del músculo afectado”. Quien habla sobre estas molestias repentinas, dolorosas e imposibles de ignorar, es un experto en la materia: el doctor Néstor Lentini, jefe del Servicio de Medicina del Deporte del Hospital Universitario Austral.
Las posibles causas de los calambres son varias, prosigue el especialista: “Una de ellas es el exceso de trabajo muscular durante un entrenamiento o competencia, que lleva a la fatiga. Otra, el agotamiento por calor, con pérdida de electrolitos como sodio y potasio, que se eliminan con el sudor. Algunas personas, además, son ‘más perdedoras de sales’ que otras: aunque el sudor suele ser hipotónico, en ciertos individuos es hipertónico, con una pérdida mayor de sodio. Estos casos resultan más susceptibles a padecer calambres si no reponen, junto con el agua, las sales necesarias. Dicho de otra forma: la rehidratación no debería hacerse únicamente con agua”.
Una aclaración necesaria: no hay que confundir un calambre con una contractura. El primero es —tal cual se ha dicho— una contracción involuntaria, brusca y dolorosa, que aparece de golpe y desaparece rápidamente. La contractura, en cambio, es una contracción voluntaria o sostenida, que no se resuelve sola y puede prolongarse durante días, meses inclusive, acorde al doctor Lentini. Sus causas suelen estar ligadas a la fatiga de la fibra muscular, ya sea por entrenamientos mal planificados, por la falta de adaptación progresiva cuando alguien se exige más de lo que su cuerpo tolera, o por déficit de glucógeno en la dieta. También influyen el sedentarismo, las posturas forzadas o mantenidas durante mucho tiempo: sostener el teléfono en la oreja, permanecer encorvado frente a la computadora o pasar horas sentado favorecen estas molestias. Por eso, mientras el calambre es un espasmo pasajero que obliga a esperar a que el músculo se relaje, la contractura refleja un desequilibrio más duradero, ligado a los hábitos cotidianos.

Volviendo a los calambres, el doctor Lentini hace hincapié en cómo el componente individual explica por qué no todos reaccionamos de igual manera. “Dos corredores sometidos al mismo esfuerzo pueden tener resultados muy distintos si uno de ellos pierde más minerales que el otro en el sudor”. Esa variabilidad personal también hace que algunas personas sean más propensas a acalambrarse de noche, mientras descansan, sin necesidad de haber hecho ejercicio.
De más está decir que las piernas son —por lejos— el territorio de los calambres. Esto se debe al mayor tamaño de sus músculos, la exigencia a la que están sometidos y la posible compresión de raíces nerviosas lumbares —otro factor que incide—. Sin embargo, el especialista aclara que no son su único escenario posible: otros músculos también pueden sufrirlos, aunque con menor frecuencia.
Por lo demás, cuando el calambre aparece, no hay pócimas mágicas ni trucos secretos. La maniobra más eficaz sigue siendo estirar el músculo afectado. La elongación obliga a la fibra a relajarse y, de hecho, muchas personas lo hacen de manera instintiva, extendiendo con fuerza la pierna o el pie para buscar alivio inmediato.
En cuanto a la prevención, la receta combina hidratación, alimentación, ejercicio progresivo y cuidado postural. Tomar agua es importante, pero no suficiente, subraya el doctor: hay que reponer también las sales y los minerales; por ejemplo, añadiendo bebidas que aporten electrolitos. La dieta, por su parte, debería incluir frutas, verduras y cereales de distintos colores, cada uno con vitaminas y fitoquímicos distintivos.

El doctor Lentini advierte incluso que la contaminación y los pesticidas pueden reducir hasta un 40 % el valor nutritivo de estos alimentos, lo que vuelve aún más relevante la variedad. A eso se suma la necesidad de entrenar de manera progresiva —“el error más común es pasar de cero a cien el primer día”, apunta— y de evitar posiciones fijas durante demasiado tiempo. Alternar entre estar sentado y de pie, moverse cada tanto y no olvidar las pausas activas son pequeños gestos que aportan al bienestar general.
¿Y cuándo conviene encender la alarma? “Un calambre ocasional no debería preocupar. Pero cuando los episodios se repiten con frecuencia, lo mejor es consultar”, subraya el profesional. El médico puede indicar análisis de laboratorio —como enzimas musculares CPK o LDH— o estudios de electromiografía para evaluar la función de nervios y músculos.
En definitiva, los calambres son comunes y, en la vasta mayoría de los casos, inofensivos. Conocer sus múltiples causas —desde la pérdida de minerales hasta la compresión de un nervio— permite derribar mitos y adoptar hábitos simples: hidratarse correctamente, comer variado, entrenar de manera progresiva y cuidar las posturas. Y si los tirones se vuelven una constante, la mejor decisión sigue siendo ir al médico para descartar problemas de base.