Te levantás, te mirás al espejo… y ahí está: un grano nuevo, justo antes de esa reunión, esa salida o esa foto que pensabas subir a redes. El acné no entiende de edades: puede aparecer -o volver- entrada la adultez, y hacerlo con la persistencia suficiente como para incomodar, frustrar y afectar la autoestima. Lejos de ser un asunto exclusivo de la adolescencia, este trastorno tiene causas y comportamientos propios en esta etapa de la vida. Conocer qué lo provoca y cómo se maneja evita mitos, culpas y, sobre todo, soluciones improvisadas.
“El acné es un trastorno inflamatorio crónico que se origina en la unidad pilosebácea: el folículo piloso y su glándula sebácea”, explica la doctora Clara de Diego, médica del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario Austral. “En la cara, el pecho, la espalda y los hombros esa unidad es especialmente abundante y el componente sebáceo tiene más relevancia”. Para que ese engranaje se desajuste, confluyen cuatro procesos: exceso de sebo; hiperqueratinización —“se forma un tapón de células que obstruye el conducto del folículo, el canal que lleva el sebo al poro”—; inflamación; y proliferación de Cutibacterium acnes, que intensifica la respuesta inflamatoria. En esa combinación radica la aparición de puntos negros, granitos (pústulas), nódulos dolorosos o quistes más profundos. “Si uno los toca o traumatiza, genera mucha más inflamación y más posibilidades de dejar cicatrices”, advierte la especialista.

En la adultez, el cuadro de acné puede ser persistente —“viene desde la adolescencia y se mantiene”— o de aparición tardía, “que empieza directamente después de los 25”, precisa la experta. Esta última forma “es más frecuente en mujeres y se concentra en el mentón, la línea de la mandíbula y el cuello; no vemos tantos puntos negros y predominan lesiones inflamatorias leves o moderadas que, igual, impactan en la calidad de vida”. Se observa con más asiduidad entre los 25 y los 30 años, luego tiende a ceder, y a menudo hay antecedentes en la familia, lo que habla de posible predisposición genética.
Como en la adolescencia, las hormonas siguen estando en juego, pero con matices. “Los andrógenos estimulan las glándulas sebáceas y, en muchas pacientes, los niveles circulantes son normales: lo que cambia es que los receptores en la piel son más sensibles”, explica la doctora Clara de Diego. Un detalle de consultorio que se repite: “Es típico que los brotes se acentúen en los días previos a la menstruación”. Al respecto: el acné en adultos es más frecuente en mujeres que en varones, en quienes también predominan las lesiones inflamatorias.

El estrés aparece como disparador en la literatura médica. “Procesos estresantes pueden servir como desencadenantes”, destaca la profesional: esas hormonas elevan la secreción de sebo y favorecen la inflamación. La alimentación también pesa: “Las comidas ultraprocesadas, los azúcares y las grasas de mala calidad pueden agravar el acné, por inflamación intestinal -lo que llamamos eje intestino-piel- y por estimular insulina y factores de crecimiento relacionados con la insulina”.
¿Otra pieza clave? El microbioma. “Cada vez se publica más sobre microbioma cutáneo e intestinal; es decir, el conjunto de bacterias que habitan nuestra piel y nuestro intestino”, clarifica. “No todas son dañinas: muchas conviven de forma normal. Pero cuando ese equilibrio se desregula -lo que llamamos disbiosis- puede favorecer los brotes”.
Por otra parte, los cosméticos merecen atención. “Cuando se usa maquillaje para tapar, si es comedogénico, entramos en un círculo vicioso: agrava el cuadro”, resume la experta. La regla práctica: “Buscar oil free o ‘no comedogénico’ y retirarlo siempre antes de dormir.” Y antes de comprar, una pauta que la dermatóloga repite: “Es importante consultar al médico para elegir según el tipo de piel; no todas las pieles con acné son muy grasas.”

La indicación es simple: consultar. Incluso si son “dos granitos al mes”: “sí, es acné; ajustamos el manejo según severidad e impacto”, señala la doctora de Diego. El abordaje suele ser escalonado: “podemos empezar con limpiadores con ácido salicílico, láctico o zinc, y sumar cremas que regulen los mecanismos implicados -retinoides para la hiperqueratinización, peróxido de benzoilo y antibióticos tópicos-”. Si eso no alcanza, “consideramos medicación por boca: antibióticos -no porque sea una infección, sino por su efecto antiinflamatorio-, terapias hormonales seleccionadas para cada caso o isotretinoína, que reservamos para cuadros severos y requiere controles”.
En casa, menos es más. “Usar limpiador facial -no jabón de cuerpo-, productos no comedogénicos y manos quietas”, sintetiza. Y una advertencia útil: “Algunas cremas pueden secar o irritar al inicio; es esperable y se maneja complementando con hidratantes adecuados al tipo de piel.” Para las marcas o cicatrices postinflamatorias, los dispositivos “como luz pulsada o láser son útiles, pero recién para esa etapa: no los indicamos para tratar el brote activo”.
El acné adulto no “enferma” el cuerpo, pero pesa en la cabeza. “Hay pacientes que sienten que volvieron a la adolescencia”, cuenta la doctora de Diego. El maquillaje como escudo puede dar alivio momentáneo, “pero si no se elige bien, empeora la situación”. Y dos alertas finales: “los remedios caseros de redes suelen traer complicaciones” y “reventar granos agrava la inflamación y aumenta el riesgo de cicatrices”. Ordenar el diagnóstico, entender qué lo enciende y elegir un plan realista ayuda a recuperar el control: con acompañamiento dermatológico y hábitos bien elegidos, la piel mejora.