Le decían Cielo desde chica, y había algo en su forma de estar en el mundo que le hacía honor al apodo. María del Rosario Sáenz, de 59 recién cumplidos, era profesora de inglés en colegios de Zona Norte de la Provincia de Buenos Aires. Tenía tres hijos, una pareja, muchísimos amigos. “Era una persona feliz, muy feliz”, resume su hija mayor, Juana, en palabras simples pero cargadas de sentido.
El 30 de diciembre de 2024, mientras dormía profundamente en la casa de su novio en Tortuguitas, Cielo sufrió un accidente cerebrovascular hemorrágico. El día anterior se había sentido mal y, como precaución, fue a una guardia donde le realizaron una tomografía que no evidenció anomalías. Al día siguiente, no despertaba.
La trajeron sin demora al Hospital Universitario Austral, donde, tras realizar todos los estudios necesarios, los médicos confirmaron que el daño era irreversible. El ACV había sido fulminante. Un golpe dolorosísimo, un shock completamente inesperado para su familia. “No había nada que hacer. Solo quedaba esperar la muerte encefálica de mi mamá”, recuerda con voz trémula Juana.
Lo que siguió fueron cinco días dificilísimos en los que el equipo médico del Hospital Universitario Austral acompañó a la familia con calidez y comunicación constante. “Fue un proceso súper respetuoso en el que nos explicaron absolutamente todo”, destaca la joven. En ese tiempo suspendido, llegó la pregunta inevitable: ¿Cielo quería ser donante? Si su mamá no iba a recuperarse, ella habría querido ayudar a otras personas, fue el pensamiento de sus hijos; la citada Juana, de 31, Violeta, de 26, y Santos, el más chico, de 25. Después de todo, “mamá era sumamente generosa, quizá en exceso. De la clase de gente que, si tiene un caramelo, lo parte en cuarenta para que lo disfruten todos”.
“Si bien en casa, todos hemos expresado nuestra voluntad de ser donantes de órganos, nunca te imaginás del otro lado, teniendo que tomar la decisión final por alguien”, comparte la muchacha. Porque, aun cuando en Argentina, la Ley Justina establece que todos los mayores de 18 años son presuntos donantes salvo que hayan manifestado lo contrario en vida, se mantiene el uso y costumbre de pedir el consentimiento a los seres queridos. “Me parece bien, moralmente correcto que sea así, que nos hayan dado el espacio para decidir por nuestra madre”, opina Juana, que valora el acompañamiento recibido. “No solo del personal del hospital sino también de la gente del INCUCAI, que venía todos los días para evaluar la situación de mamá, pero sin presionarnos nunca”.
María del Rosario “Cielo” Sáenz donó sus riñones, el hígado, las córneas y tejidos para injertos. No fue posible donar los pulmones debido a su historial de tabaquismo. El hígado fue destinado a una persona en estado crítico, y ese dato, en particular, conmovió profundamente a sus hijos. “Nos emocionó muchísimo saber a cuántas personas ayudó, saber que siguió haciendo el bien, incluso al irse”, expresa Iraola.
Naturalmente, en medio de la conmoción surgieron dudas. ¿Qué pasa con el cuerpo después de una donación? ¿Se nota? “Se trata de un procedimiento realmente cuidadoso, respetuoso. También nos dio paz saber eso: que no iba a dejar huellas visibles”.
Tras la muerte de Cielo, su familia se reacomodó como pudo. “Mi mamá era nuestro sostén; siempre presente y amorosa”, señala Juana. No solo con sus hijos queridos, con todos los que la rodeaban. Sus alumnos la adoraban; también sus amigas. “Su pérdida fue un golpazo para todos. La extrañamos cada día”.
Juana decidió contar su historia por un motivo: que más personas se animen a informarse, a conversar sobre la donación de órganos, a comprender lo que realmente significa. “Es dejar un legado inestimable, regalar vida. Que alguien tenga una segunda oportunidad gracias a vos, no tiene nombre. Y saber que mi mamá pudo hacer eso… nos llena de orgullo, de alegría”, revela en charla con VIDA.
Cada 30 de mayo se conmemora en Argentina el Día Nacional de la Donación de Órganos, un momento oportuno para recordar que no todos los legados se escriben en libros ni se recuerdan con placas; que no todas las heroínas usan capa y antifaz. Algunas, como Cielo, siguen viviendo en otros a través de gestos que cambian destinos.
El Hospital Universitario Austral cuenta con un equipo de procuración de órganos, liderado por la Dra. Josefina Pagés y el Dr. Alejandro Siaba Serrate, que trabaja en la concientización y coordinación de donaciones, acompañando a las familias en cada paso de este acto de amor.