Bombas de estruendo durante celebraciones. Una videollamada a todo volumen. Bocinazos por un atasco en el tránsito. Música fuerte para salir a correr. Una clase de gimnasio con sonido muy fuerte. O simplemente, el taladro o la sierra eléctrica mientras hacemos arreglos en casa… Los estímulos sonoros forman parte de la vida diaria, tanto que rara vez nos detenemos a pensar cuánto impactan en nuestra salud auditiva, pese a ser un asunto que no debería pasar inadvertido. Sin más, la Organización Mundial de la Salud alerta que más de 1000 millones de jóvenes están en riesgo de pérdida auditiva permanente y evitable debido a prácticas inseguras de escucha, como el uso prologado de auriculares.
“El cuerpo pasa factura con los años si uno no se cuida de joven”, ofrece el doctor Claudio René Márquez, otoneurólogo del Hospital Universitario Austral, muy claro al explicar que -cuando de la audición se trata- “el desgaste es acumulativo”. El oído, a diferencia de otros órganos, no tiene forma de regenerar sus células sensoriales una vez dañadas. De allí la importancia de tomar recaudos a edades tempranas, adoptar hábitos que ayuden a conservar lo que, una vez perdido, no puede volver a recuperarse.
Y, sin embargo, cada vez más personas consultan por pérdida auditiva en etapas más tempranas de la vida. “Antes veíamos pérdida auditiva en pacientes mayores de 60; ahora es frecuente que personas de 40 consulten por este motivo. O más jóvenes inclusive”, señala el especialista, pronto a marcar que una de las señales de alerta más frecuentes es el acúfeno o tinnitus, ese zumbido o pitido constante que el oído genera en ausencia de un estímulo real. También es común notar que uno empieza a subir el volumen de la televisión o necesita que le repitan lo que acaban de decirle, especialmente en lugares con bullicio. “Todo eso habla de un deterioro progresivo, que muchas veces empieza con hábitos que uno no registra como dañinos: auriculares al máximo, fiestas ruidosas, trabajos sin protección acústica”.
En el fondo, el problema es que las células encargadas de la audición -ubicadas en el oído interno- son neuronales, muy especializadas, y no se regeneran. Cuando se lastiman, el deterioro es permanente. Y ese daño puede producirse de forma lenta y sostenida, o ser abrupto tras una exposición intensa.
“El oído puede lesionarse tanto por una explosión como por el uso constante de auriculares en volumen alto”, ejemplifica el doctor Márquez, quien asimismo aclara que “el efecto nocivo no depende solo de la intensidad, sino también del tiempo. Vivir cerca de avenidas muy transitadas o autopistas, donde el ruido ronda los 80 o 85 decibeles constantes, también deteriora la audición con los años”. A partir de los 80 decibeles, el riesgo es real. “Y lamentablemente, en muchas esquinas de Buenos Aires se superan los 90”, indica.
El uso de auriculares también representa un riesgo cotidiano. “Siempre recomiendo los de copa, los que van por fuera de la oreja, porque disipan mejor el sonido. Los que se colocan dentro del canal auditivo concentran toda la energía sonora y son más perjudiciales”, aconseja el experto en Otorrinolaringología. ¿Una regla práctica? Si con los auriculares puestos uno puede mantener una conversación, el volumen está en un rango seguro. Si no escucha cuando le hablan, está demasiado fuerte.
Respecto a ambientes muy ruidosos, como recitales, fiestas o gimnasios, el uso de tapones puede ayudar, pero tiene un límite. “La audición no depende solo del sonido que entra por el canal auditivo. También percibimos por vibración del cráneo, lo que se llama vía ósea. Esa vía se activa a partir de los 65 decibeles. Si estamos en un entorno con 100, aunque usemos tapones, el oído sigue recibiendo esa vibración”, pormenoriza el especialista.
Por eso, además de evitar la exposición prolongada, el doctor Márquez sugiere lo que llama descansos auditivos: salir del lugar, alejarse unos minutos de los parlantes, permitir que el oído se recupere. “El daño se va a producir, pero se puede evitar que sea peor”.
En cuanto a la posibilidad de revertir una pérdida auditiva, el profesional es contundente: no se puede. El oído, a diferencia de otros sentidos, no cuenta con un sistema de defensa o reposición: una vez dañadas, las células no se regeneran. “La audición no mejora, salvo en casos muy puntuales, como ciertas neuropatías auditivas en las que se puede ayudar al paciente a mejorar la comprensión con técnicas específicas; o bien, en caso de acúfenos persistentes, con terapia de reentrenamiento para que el cerebro aprenda a ignorar el zumbido, pero este ya es otro tema”.
Dice el doctor Márquez que el estudiado vínculo entre audición y función cognitiva tampoco debe subestimarse. “Un paciente que no escucha se desconecta del mundo. Deja de interactuar, se aísla, pierde estímulos. Y eso impacta negativamente en sus funciones cognitivas”, cuenta este especialista, que describe soluciones tecnológicas eficaces, desde audífonos modernos —pequeños, selectivos, conectados al celular— hasta sistemas de amplificación más complejos o implantes cocleares. “Pero aún hay prejuicios. Pacientes jóvenes o mayores que se resisten a usarlos por cuestiones estéticas o por negar el problema. Siempre les digo: prueben. Si mejora tu vida, vale la pena”.
En cuanto a la visita al médico, el doctor recomienda controles auditivos desde la infancia -como parte del ingreso escolar- y refuerza la importancia de repetirlos en la adolescencia, sobre todo si hay exposición frecuente al ruido. “En la adultez, debería hacerse un control mínimo una vez por año”, sostiene. ¿Y la alimentación? ¿Puede colaborar en el cuidado del oído? “Está descrito en la literatura médica que ciertos antioxidantes pueden contribuir. Pero lo esencial es evitar que el daño ocurra. La audición se conserva, no se recupera”, declara sin medias tintas este experto en la materia.