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Para todo el equipo de Unidad de Cuidados Integrales de Adultos (UCIA), GRACIAS

Lunes 5 de diciembre de 2022

Carta de la familia Palandella para el equipo de Unidad de Cuidados Integrales de Adultos (UCIA) del Hospital

 

Para todo el equipo de UCIA

GRACIAS

Marta era una mujer de planes. Todo en su vida debía darse en un orden específico, con pasos determinados, desde el origen, todo con forma y una estética planificada. Todo tenía una razón, y todo debía entrar en el plano de la lógica.

El cáncer irrumpió en su vida hace 12 años. Pero eso, eso no, no estaba en sus planes. No estaba en sus planes que fuera triple negativo, no estaba en sus planes que apareciera una recidiva. No estaba en sus planes que hubiera metástasis, no estaba en sus planes que un día apareciera el COVID, y no estaba en sus planes que un día ya no hubiera más nada por hacer. Pero cada vez que se topó con algo de todo esto que no estuvo en sus planes lo enfrentó. Decidió cómo iba a hacerlo. Cómo lo iba a batallar. Y durante 12 años le dio batalla a todo. Decidió en cada oportunidad cómo iba a ser. Quien la iba a acompañar, cómo la íbamos a acompañar. Qué tipo de ayuda iba a permitirse recibir. Porque después de un tiempo ya había dictado su sentencia. «Un día me voy a morir de esto», nos decía. Estaba convencida de que algún día el cáncer le iba a ganar. Pero cuando a principio de año la noticia fue «llegamos hasta acá» la posibilidad de organizar el cómo lo enfrentaría tardó un poco, pero apareció. Ya no estaba más en manos de quienes siempre la acompañamos. Ya estaba en manos de Dios. Pero ella tenía un plan. Un plan que deseaba con todas sus fuerzas que así fuera. Pero en este caso solo Dios lo podría ejecutar.

Mamá quería irse en casa, una noche, durmiendo. Así, sin más. Un plan simple. Sin vueltas. Fácil. No podía fallar. Pero el tiempo empezó a pasar, y su deseo, ese plan tan básico no empezaba a arrancar.

Estábamos todos  dispuestos a acompañarla en su deseo. Mamá se iba a ir durmiendo en casa. Pero el cáncer, que es egoísta, y es cruel, y que ya se había instalado para no irse, no le iba a hacer las cosas tan simples. Y en vez de llevársela rápido y sin sufrimiento, la apagaba en pequeñas dosis. Dosis que dolían, pero no tanto en el cuerpo. Dolían en el corazón. Dolían en quienes estábamos ahí, al pie de su cama, porque queríamos que se cumpliera su deseo. Dejaba de doler dos o tres días, pero volvía, a golpearnos un poco, y asustarnos otro poco más. Pero del otro lado estaba Marta. Así, tan fácil, no se iba  a rendir a permitir que en su batalla le ganara ni el sufrimiento ni el dolor.

Y cuando no sabíamos ni cuando ni cómo iba a venir el próximo golpe en la espalda, ella empezó a entender un poco menos que cada vez tenía más limitaciones. Y nosotros empazamos a entender un poco más que todo se empezaba a complicar. Buscamos la forma de hacer magia. Rotaciones entre nosotras, sus 5 hijas. Alfre, papá, su príncipe azul las 24 horas. Esquemas de cuidadoras, visitas de enfermeras, médicos, kinesiólogos. Planillas de medicamentos, horarios establecidos. Y lo más difícil, ponerle el cuerpo. Levantarla, moverla, darle sus comidas, ocuparse de su higiene. Pero un día, con mucho dolor, dolor físico, y dolor en el alma, supimos que no estábamos preparados, que no podíamos más. Que no iba  a ser posible. Que no podíamos seguir reteniendo en casa a mamá.

Teníamos una idea de qué nos íbamos a encontrar en la Unidad de Cuidados Integrales de Adultos (UCIA). Iba a estar cuidada las 24 horas. Iba a tener compañía. Iba  a recibir los tratamientos adecuados. Pero no, no teníamos ni la menor idea. Nada de eso iba a ser tal.

Mamá recibió amor las 24 horas. Decir cuidados es llevarlo a la mínima expresión. Lo que le daban no era compañía, era la contención y el afecto de quién está tratando a un miembro de su propia familia. No eran tratamientos, eran caricias, eran mimos, era todo tipo de formar de reconfortar el alma de quién sabe que va  a perder la batalla, pero va a irse llena de afecto. Ella quería magia. Pudimos darle esa magia, porqué ustedes le dieron esa magia. Y sabemos que casas… casas hay muchas. Todas son casas. Pero claro, lo que quería mamá era irse en un hogar. Y nos permitieron dárselo todos los días. No solo por el hecho de dejarnos entrar y salir como si fuera literalmente nuestra propia casa. Sino porqué nos dejaron llenarla del amor de nuestro hogar y sumar todo el amor que ustedes tienen para que cada una de las almas que se despide ahí en UCIA se despida sintiéndose en su propio hogar.

No hay en la lengua española una palabra superadora de la palabra Gracias. Nuestro sentimiento de gratitud no sabemos cómo expresarlo de manera más vehemente.

Mamá se fue, y seguían dándole amor. Para que esa paz con la que se fue se viera reflejada en todo ella. La acompañaron hasta que fue inevitable que atravesara las puertas de UCIA. La entendieron desde el primer día. Le tuvieron paciencia, aceptaron su distancia, su enojo inicial su necesidad de disponer de lo último que ella podía. Y la dejaron ser. Todo lo que ella quisiera. Y a nosotros, su familia, nos regalaron la bendición de poder cumplir con el deseo que ella tenía de su partida.

Quizás no tengamos que volver a vernos nunca. Pero nos van a acompañar para siempre en nuestros corazones, porque la «muerte digna» existe, y ustedes cambiaron nuestras vidas para siempre.

Por siempre agradecidos,

Alfredo, Paula, Camila, Lucila, Delfina y Martina Palandella

 

 

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