Una certeza indiscutida que tenemos los humanos es que vamos a morir. “No sabemos ni cómo ni cuándo”, aseguró el Dr. Pablo Pratesi, Jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Austral (HUA).
La dignidad debe signar el nacimiento y el final, la vida que transcurre entre un momento y otro, también dependerá de cada uno, entre muchas otras variables. Pero a la hora de la muerte, quizá el protagonista no esté en condiciones de bregar por su dignidad: ahí aparecen los profesionales de la salud que deben garantizarla.
“La primera legislación en reconocer los derechos y deberes del paciente es la Ley 26.529 (publicada en el Boletín Oficial del 20 de noviembre de 2009)”, relató la Dra. Nelly Espiño, integrante de la Sociedad Iberoamericana de Derecho Médico y del Comité de Ética del HUA. “Se redactó siguiendo el modelo español, que es la Ley 41/2002, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica”, agregó. “Pero el contexto jurídico y social es diferente. Argentina aún no tiene una Ley General de Salud a nivel nacional, ni una ley de ejercicio profesional actualizada, ni ha adecuado los planes de estudio de las carreras sanitarias a los desafíos del siglo XXI.”, finalizó la Dra. Espiño.
Dignidad
“Toda persona tendría que poder encontrar un sentido a su vida, un valor, que no esté medido por la utilidad que brinda. Me parece que por allí va la verdadera dignidad”, definió el Pbro. Gustavo Adolfo Páez, Capellán del HUA, doctor en Filosofía y profesor de Teología. “Es la dignidad debida a todo ser humano. Ontológicamente, es el rango particular que conviene al ser humano por ser persona y de la que deriva la exigencia de respeto incondicionado en todas las fases de su existir. Inseparable de la dignidad es la apelación al otro para que la considere y la respete”, sumó la Dra. Espiño.
“Se valora al paciente por lo que ES, no por los beneficios que pueden derivar de su atención o cualquier otro interés que convertiría al sujeto en un objeto. En definitiva, quien no respeta la dignidad e integridad del otro no se debe respeto a sí mismo”, ejemplificó la Dra. Espiño.
“La muerte no es un trámite que se puede despachar así sin más: es un proceso. La muerte forma parte de la vida y exige un aprendizaje: los que trabajamos en salud lo tenemos porque contamos con los conocimientos y el amor por los enfermos que nos da la vocación profesional”, comentó la Lic. Sara Consigli, docente de Bioética en la Carrera de Enfermería de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. “Estamos preparados para la vida y para la muerte –continuó–, para dar altas e indicar internaciones, para dar la bienvenida y para decir adiós. No le tenemos miedo y no nos da miedo ayudar a quien tiene que pasar por un trance tan difícil. Quienes han redactado esta ley no son precisamente los que comparten el sufrimiento día tras día al lado de la cama del enfermo”, concluyó.
Paciente y procedimiento
“La ley 26.742, denominada de “Muerte Digna” de mayo del año pasado, abrevó en una semántica comunicacional utilizada en el mundo por los militantes de la eutanasia quienes no comparten que la dignidad está en el ser, en el paciente, y no en el no-ser que es la muerte”, especificó la Dra. Nelly Espiño. Hay decisiones que conllevan la posibilidad de la muerte, y al tomarla –una operación, la negativa a realizar diálisis o la utilización de un respirador artificial, entre otras medidas terapéuticas– se acepta el riesgo, que no es lo mismo que buscar la muerte como desencadenante final. Jamás un médico debería buscar la muerte de un paciente, sí respetar la autonomía de su decisión más allá de considerar que la intervención que no acepta, es muy gravosa y tiene mucho riesgo y poca probabilidad de éxito. “El juicio es sobre el procedimiento y no sobre el ser humano que transita una enfermedad”, aseveró la Dra.
Alejandra Juliarena, de la Unidad de Cuidados Intensivos del HUA en un Reporte de Caso “El médico intensivista ante la autonomía del paciente: una aproximación a partir de algunos casos clínicos”. “Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir a métodos extraordinarios para prolongar la vida. El enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz. Los sufrimientos de una agonía prolongada no tienen sentido. Pero una cosa es prescindir de tratamientos extraordinarios y otra, provocar la muerte positivamente: eso es la eutanasia”, aseveró el Dr. Rafael Pineda, miembro correspondiente de la Academia Pontificia por la Vida.
“Un caso muy distinto es quitar la hidratación y nutrición (salvo que el paciente se encuentre ya en la fase final de agonía). Porque estaríamos causando la muerte por inanición. Es diferente ocasionar el fallecimiento de un enfermo por hambre o sed que dejar morir en paz a alguien. La ley recién aprobada debería evitar esta posibilidad y en su aplicación los médicos deberemos pensar siempre que hemos estudiado para ayudar a vivir dignamente, y que parte de esa dignidad es ayudar a las personas a morir en paz”, reflexionó el Dr. Rafael Pineda presidente del Comité de Ética Asistencial el HUA.
Eutanasia
De origen griego, eu significa “bien” y thanatos “muerte”. Así, en principio, la palabra “eutanasia” habla del buen morir. En la Antigua Grecia la eutanasia hacía referencia a una muerte honorable, sin dolor y suave, como describió Homero en el verso 134 del canto XI de La Odisea. La Real Academia Española habla de “acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera la muerte con o sin consentimiento”. El médico griego Hipócrates, en su juramento hipocrático prohíbe a los médicos la eutanasia activa y la ayuda para cometer suicidio.
El miedo al dolor o al sufrimiento se hace muy presente en estos tiempos. Parece que la filosofía del “todo bien” se filtra hasta las últimas consecuencias, incluso morir sin padecer. El máximo anhelo habría de ser “morir en paz” que no necesariamente habla del estado físico, sino del alma. Cuántas almas en paz habitan cuerpos diezmados y viceversa, personas con la más privilegiada salud que viven en pleno tormento espiritual.
En su artículo “Cuando se trata de cuidar de los más débiles”, Consigli relata un debate público en la televisión suiza entre el filósofo utilitarista Peter Singer y un grupo de enfermos graves. Uno de ellos le dijo: “Sí, sufro y he sufrido. Pero usted no puede ni imaginarse qué infinita dicha puede ser la existencia, también para una persona que sufre”.