A comienzos de este año se publicó en la Revista Argentina de Cardiología un trabajo liderado por la Dra. Carol Kotliar, directora del Centro de Hipertensión Arterial del Hospital Universitario Austral, cuyo objetivo fue analizar el impacto de los factores emocionales en general –y la somatización en particular- en relación a la Hipertensión Arterial, una patología que en la Argentina padecen tres de cada 10 personas, y que a nivel mundial se calcula afecta a entre el 30% y 40% de la población adulta.
“La conclusión principal a la que se arribó es que el riesgo de somatización fue más elevado en el grupo de voluntarios hipertensos tratados o controlados, en comparación con el grupo control compuesto por normotensos; y que esta somatización se presentó de manera independiente a la presencia de otras alteraciones emocionales”, afirmó la especialista.
Cabe destacar que del estudio participaron 240 personas que asistieron al Centro Médico Santa María de la Salud en San Isidro y que debieron responder una encuesta, herramienta que atribuye una puntuación que agrupa a los voluntarios en los perfiles de riesgo, y permite al evaluador conocer el nivel de somatización, ansiedad y depresión.
Los investigadores se focalizaron en la caracterización de la somatización, y hallaron que las personas con mayor riesgo de depresión o ansiedad, a su vez, también presentaron mayor evidencia de somatización.
“Otra de las conclusiones principales fue la presencia de mayor riesgo de somatización entre los hipertensos tratados, en comparación con aquellos que también lo son pero no reciben tratamiento”, agregó Carol Kotliar.
Según la Organización Mundial de la Salud la Hipertensión Arterial no sólo es una enfermedad letal, silenciosa e invisible que mata en silencio (nueve millones de personas mueren cada año por esta causa), sino que además tres de cada 10 personas que la padecen, la ignoran.
“Por eso, el primer paso para la detección sigue siendo promover que todos midan su presión arterial, además de desestimar ciertas frases como ‘tengo presión nerviosa’ o ‘me duele la cabeza porque me subió la presión’ que no sólo son desacertadas sino que además contribuyen a minimizar el problema y alejan al paciente de la consulta médica”, expuso la Dra Kotliar.
Otra costumbre es la asociación causal entre la presión alta y síntomas como la cefalea, el embotamiento, los mareos, el malestar general y los trastornos del sueño, entre otros.
“El tema es que no existen a priori suficientes evidencias que asocien causalmente estas alteraciones con la elevación de la presión arterial, pero además se considera que podrían ser parte de fenómenos de somatización que afectan a algunos individuos”, refirió la especialista.
“Sí tenemos más datos –sumó- sobre el rol que juegan estos síntomas en el incremento de la presión debido al estrés inflamatorio que desencadenan y las reacciones cardiovasculares secundarias al estímulo basal”.